De la ciudad al campo
El nuevo sendero
Es hora de volver a mirar al campo con pasión. Demasiado campesino sin acceso a capital y demasiada tierra abandonada o trabajada con todo en contra. Enorme anomalía cuando es por demás evidente que tenemos como país (o si quieren “podríamos tener como país”) muchos alimentos que el mundo compraría a buen precio.
Ya lo vemos con la quinua cuyo precio me parece que ha subido más que cualquier mineral. Estaba ahí despreciada por muchos, ninguneada, condenada a la discriminación por serrana. Le ha llegado su momento y su precio ha pasado de cuatro soles el kilo a catorce en pocos años. Y la noticia no es que la quinua se aleja de las mesas populares. La noticia es: anda corre a sembrar quinua ¡Por favor!
Debemos proponernos algo en el plano agrícola. Hay que decidir qué queremos ser y echarnos a trabajar con intensidad. Porque lo que definamos, lo lograremos. Es nuestro destino desde siempre. Somos cuna originaria de demasiados productos y hoy comenzamos a tener en la gastronomía una locomotora.
Hay que ir de la ciudad al campo y potenciar al pequeño productor que resistió tanto abandono. Ya hay dinero excedente en las ciudades que no sabe qué hacer para multiplicarse y que está, en buena medida, hongueándose. Dejarlo en el banco, guardarlo bajo el colchón o meterlo a la bolsa no es nada rentable si lo comparamos con la potencial rentabilidad de la tierra.
Es verdad que hoy las relaciones de la ciudad con el campo están absolutamente maltrechas, que los vasos comunicantes son absolutamente informales, endebles y que no existen instituciones que hagan de puente entre los que tienen excedentes monetarios y quienes tienen el conocimiento y tierras.
También es cierto que al pequeño agricultor le es difícil poner en claro sus números básicos por lo que cuando se le pide explicitar sus requerimientos todo es a “grosso modo”. A muchos de ellos no les es fácil explicar en el lenguaje citadino cuánta tierra tienen, cuál es la inversión requerida, en qué distribuirán el dinero captado, cuáles serían los resultados y cómo harán para reducir los riesgos de la inversión.
Pero eso puede cambiar fácilmente. Debe cambiar. Cualquiera puede hacer algo si se acerca a organizar a un grupo de campesinos. Lo puede hacer el inversionista, alguien contratado por el inversionista, un grupo de universitarios, los gobiernos locales o los gobiernos regionales. Cualquiera que tenga ganas.
Podría también comenzar a hacerlo APEGA si se propone de una vez cerrar el círculo. Finalmente se ha convertido en el único gremio empresarial “con onda” del Perú. Si Apega plantea un proyecto para organizar fondos de inversión agrícolas, de seguro tendrá a muchos con ganas de confiar.
Hablando claro y simple, mucho pequeño y mediano capital naturalmente se orientará a la inversión rural. Hay demasiada historia en la mayoría de peruanos vinculada con el agro. Setenta por ciento del Perú era rural hace apenas unas décadas, el discurso de la tierra no nos es ajeno, pero hay que organizar las huestes para ir de la ciudad al campo.