Lima, Perú: El desborde juvenil
¡Son los jóvenes, mamerto!
Lima tiene, según el INEI, un poco más de 8’750,000 habitantes, la enorme mayoría (74%) son menores de 44 años. Los menores de 29 representan el 51,5%. Lima es una ciudad de chibolos. Yo diría una ciudad desbordada por sus chibolos. Lo mismo podríamos decir de todo el Perú urbano.
Sin embargo, nos seguimos refiriendo a ella como una ciudad desbordada por sus migrantes. En mi opinión, esa aproximación es ya obsoleta. Habla de una realidad pasada que tuvo que ser atendida aun antes de la década de los 70.
El desborde popular actual es juvenil y no existen esfuerzos para encausarlo. A ratos, hasta podríamos decir que el desborde es adolescente. El Estado peruano termina siendo y actuando como un padre desconcertado. Hay un brusco cambio generacional que incluye un profundo quiebre en los patrones culturales. El Estado no entiende lo que les está ocurriendo a sus ciudadanos, como los padres no entienden qué pasa con sus hijos.
Como esos padres, el Estado termina siendo percibido lejano; sus principios y sus formas son descalificadas y consideradas obsoletas, es incapaz de comunicarse y de establecer un vínculo afectivo que incluya el respeto a la autoridad. Los jóvenes hacen lo que quieren y no les importa lo que el Estado les proponga. El Estado reacciona – a veces – con autoritarismo, pero por lo general, ha tirado la toalla: “hagan lo que se les dé su gana”.
La crisis del Estado peruano frente a su pueblo juvenil es grave, pero esa gravedad empeora porque el Estado no piensa en sus ciudadanos a través de su variable generacional (como antes fue incapaz de pensarlo con su variable “nuevos citadinos”).
Me detengo aquí para desarrollar el paréntesis, una cosa es pensar al ciudadano poniendo el énfasis en su calidad de “migrante” (viene de otro lado) que en su calidad de “nuevo citadino” (ha llegado a). Al migrante hay (había) que intentar regresarlo mientras que al “nuevo citadino” hay (había y habrá) que ayudarlo a integrarse. Rechazo vs. Aceptación.
La mayoría de los jóvenes limeños saben lo que es el progreso en base al esfuerzo personal, sus padres y abuelos han construido sus casas ladrillo a ladrillo, sin sistemas de crédito y sin apoyo estatal. Lo poco que les dio el Estado ha sido, por lo general, de mala calidad.
El Estado ha sido para unos, un padrastro con un comportamiento espantoso y, para otros, un padre ausente que abandonó el hogar y que nunca hizo lo que debía hacer por sus hijos.
Siendo que así están las cosas, el Estado debería hacer un intensísimo esfuerzo por presentarse. De alguna manera debe ganarse el respeto y la autoridad que hoy no tiene.
El joven de hoy es autosuficiente y está, en cierta medida, ensoberbecido por su propio progreso personal y familiar. Además, está dañado por el desprecio que vivieron sus abuelos y sus padres. No soporta pulgas y ante cualquier sospecha, real o imaginaria, de marginación, sobrereacciona. El joven de hoy tiene una demanda enorme de trato igualitario, de reconocimiento y de afecto.
El Estado, la sociedad, los medios de comunicación, las empresas, deberían pensar en esto. La variable “juventud” en Lima y el Perú urbano de estos tiempos. Casi nadie está haciendo esfuerzos conscientes para estudiar, entender y encausar positivamente la tremenda energía juvenil.
Mañana en Diario 16.